Thursday, March 22, 2007

Gran Hermano, mínimo decoro

El hecho de que la idea de tan indecorosa muestra televisiva sea importada no impide que nos sintamos avergonzados ante su existencia, pues simplemente la calidad de humanos, aun sin tener en cuenta la participada naturaleza de hijos de Dios, debería provocarnos visceral estremecimiento.

Es así pues, al ser criaturas de razón, deberíamos comportarnos de acuerdo con esta cualidad, destinada a someter nuestros actos a un riguroso examen antes de producirlos, a fin de prever sus consecuencias, en este caso particular, de rasgar sin decoro el velo de nuestra intimidad.

Claro está que para que la previsión sea rectamente evaluada, nuestros objetivos tendrán que pasar el fino filtro de la moral cristiana, para lo cual una formación en ese sentido es imprescindible.

Y la piedra de toque se encuentra en la recta conciencia, que reflejará desde la imagen del acto aún no realizado, tanto la luz del asentimiento para el libre proceder cuanto el alerta que frenará el intento no aceptable. En el caso particular, la clara visión del decoro ofendido se hace necesaria.

Para esto, comencemos por su definición en el diccionario: una acepción de decoro es honor, respeto, reverencia que se debe a una persona por su nacimiento o dignidad. Sabemos que la persona es superior a toda la naturaleza creada, pues, al ser a imagen y semejanza de su Creador, no puede valer menos que las cosas que lo rodean.

Y dignidad es gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse. Se habla siempre de la dignidad del hombre. ¿En qué consiste? O... ¿cómo se logra preservarla? ¿En qué notamos que se está perdiendo?

Se me ocurre que todo estriba en el respeto a la intimidad del otro, a su inenajenable interioridad. El hombre es paradójico, pues alterna comunicación con aislamiento, ensimismamiento con exteriorización, reflexión con expresión, entrega con reserva.

El mantenimiento de su dignidad depende de que en algún momento, y ejerciendo su libre voluntad, pueda pasar de uno a otro término de estas modalidades de ser sí mismo: para otro y para sí; de buscar al prójimo y de él huir. Ahora bien; la elección del momento para el allanamiento de la intimidad procede de la prudencia, una de las virtudes cardinales; toda ruptura pública e indiscriminada del velo rebaja al hombre a la altura de las bestias, inmersas en el entorno sin distinguir la necesidad de esconderse, salvo la de sobrevivencia.

¿Qué podemos pensar del grupo que se exhibe indecorosamente ante millones de espectadores, con el objetivo de una dudosa fama? Bien dicen que hay quienes prefieren ser conocidos, a pesar de que su fama sea infame. Pues éste debe ser el caso.

Pero... ¿qué de los que se ufanan frente al televisor perdiendo el valioso tiempo que podrían aprovechar con buena literatura o atendiendo un concierto vocal o instrumental?
Debemos creer que, si la muestra tiene aceptación, es porque hay una masa que la tiene por buena, lo que me entristece ante la posibilidad de que la mayoría del pueblo esté también perdiendo su dignidad.

Pero miremos al fenómeno no como procedente de una simple adopción de un tristemente exitoso programa extranjero, sino mas bien un proceso degradante originado en una lenta preparación del pueblo para que no tenga más remedio que tolerar ésas y otras situaciones limitantes de su libertad.
Sabemos que, en nombre de la libertad, el relativismo cultural desde hace tiempo inducido da lugar a cualquier conducta; ésta, al principio, es rechazada por escandalosa, mas poco a poco el acostumbramiento adormece al espíritu y la tolerancia deviene consentimiento.

Porque se es propiamente libre no cuando se adopta cualquier hábito por el mero hecho de que en los círculos considerados civilizados se usa, sino cuando se es capaz de elegir entre bienes estimables, teniendo por tales no los derivados de una composición de intereses o votados por supuesta mayoría, sino los emergentes de juicios derivados de una recta razón, iluminada por la Fe en las verdades eternas y, por ende, por encima de cualquier reducción utilitaria o concupiscente.

Cabría preguntarnos si la mayoría católica de nuestro pueblo emplea sus dones, cada uno según el recibido, hasta donde lo permiten sus fuerzas, o solamente, con una reserva digna de mejor causa, limita su accionar al interior del templo y del hogar. Porque todo parece ocurrir como si una fuerza extraña impidiera al común salir de su ostracismo e imponer su legítimo derecho a vivir dignamente.

No es precisa la violencia para movilizarse en contra de tales desatinos, mas sí obrar como comunidad, impulsando a la acción evangelizadora dentro de una dimensión operativa, a fin de que el Orden Social Cristiano se muestre posible y deseable, y así desalentar especialmente a los manipuladores de los medios de comunicación que pretenden convencer a los hombres de Fe de que la Iglesia debe reducir su accionar al ámbito privado.

Y... ¿cómo hacerlo? Pues, así como un edificio se comienza desde abajo, es preciso que los que alimentan con su dinero a esos programas, o sea los anunciantes, comerciantes al fin, se sientan amenazados por la ausencia de usuarios o clientes si continúan apoyándolos.

Esperemos que así se entienda, y que nuestro católico pueblo reaccione, pues no solamente las personas somos ofendidas con ese tipo de muestra, sino, y lo que es verdaderamente imperdonable, ofendemos a Dios.

Sunday, March 11, 2007

El espanto de Chavez

Imperceptibles, algunas grietas se abrieron en el corazón del gobierno con motivo de la nueva incursión de Hugo Chávez por estas tierras. Se dice entre susurros, en pasillos oficiales, que la mismísima Cristina Fernández, conminada por su marido a guardar las formas mínimas, encabeza el lote de un sector moderado de la administración que ha puesto en la lupa la ligazón política --no la económica, que para todos ellos sigue siendo un buen negocio-- con Venezuela. La primera dama, enfrentada secretamente con Julio de Vido por el exacerbado alineamiento que el ministro de Planificación muestra hacia el coronel bolivariano, sería cabeza de playa de un movimiento que propone poner en su justo término la relación entre Buenos Aires y Caracas. Ella --dicen confidentes-- tiene más interés que ninguno, y de hecho más que su propio marido, en no romper del todo lanzas con Estados Unidos y con el mundo desarrollado, que mira espantado los avances de Chávez en el escenario latinoamericano y sus asociaciones peligrosas, como las que construye con Irán.